Al Primer Vuelo - Jose Maria de Pereda
Denme ustedes un aire puro, y yo les daré una sangre rica; denme una sangre rica, y yo les daré los humores bien equilibrados; denme los humores bien equilibrados, y yo les daré una salud de bronce; denme, finalmente, una salud de bronce, y yo les daré el espÃritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares. In corpore sano, mens sana. Es cosa vista... salvo siempre, y por supuesto, los altos designios de Dios.» Palabra por palabra, éste era el tema de muchas, de muchÃsimas peroraciones, casi discursos, del menor de los Bermúdez Peleches, del solar de Peleches, término municipal de Villavieja.
Le daba por ahÃ, como a sus hermanos les habÃa dado por otros temas; como a su padre le dio por la manÃa de poner a sus hijos grandes nombres, «por si algo se les pegaba». Tres varones tuvo y una hembra. Se llamaron los varones Héctor, Aquiles y Alejandro, y la hembra Lucrecia. Pero no le salió por este lado al buen señor la cuenta muy galana que digamos. Héctor, encanijado y pusilánime, no contó hora de sosiego ni minuto sin quejido. Aquiles, no mucho más esponjado que Héctor, despuntó por mÃstico en cuanto tuvo uso de razón, y emprendió, pocos años después, la carrera eclesiástica.
Lucrecia, de mejor barro que sus dos hermanos mayores en lo tocante a lo fÃsico, al primer envite de un indiano de Villavieja, de esos que se van apenas venidos, dijo que sÃ; y con tal denuedo y tan emperrado tesón, que a pesar de ser el indiano mozo de pocas creces, Ãnfima prosapia y mezquino caudal, y a despecho de los humos y de las iras del Bermúdez padre, la Bermúdez hija se dejó robar por el pretendiente, se casó con él a los pocos dÃas, y le siguió más tarde por esos mares de Dios, afanosa de ver mundo y resuelta a alentar a su marido en la honrosa tarea de «acabar de redondearse» en el mismo tabuco de Mechoacán en que habÃa dejado, trece meses antes, depositados los gérmenes de una soñada riqueza.