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El Fabricante de Ataúdes - Aleksandr Pushkin




Estas reflexiones se vieron casualmente interrumpidas por tres golpes francmasones en la puerta.

—¿Quién hay? —preguntó Adrián.

La puerta se abrió y un hombre en quien a primera vista se podía reconocer a un alemán artesano entró en la habitación y con aspecto alegre se acercó al fabricante de ataúdes.

—Excúseme, amable vecino —dijo aquel con un acento que hasta hoy no podemos oír sin echarnos a reír—, perdone que le moleste… Quería saludarlo cuanto antes. Soy zapatero, me llamo Gotlib Schultz, y vivo al otro lado de la calle, en la casa que está frente a sus ventanas. Mañana celebro mis bodas de plata y le ruego que usted y sus hijas vengan a comer a mi casa como buenos amigos.

La invitación fue aceptada con benevolencia. El dueño de la casa rogó al zapatero que se sentara y tomara con él una taza de té, y gracias al natural abierto de Gotlib Schultz, al poco se pusieron a charlar amistosamente.

—¿Cómo le va el negocio a su merced? —preguntó Adrián.